7° Tres tretas

Veloz para las matemáticas, el cálculo enriqueano había fallado sobremanera cuando diose cuenta que la variable valor/temor le presentaba un severo declive en el gráfico. En menos de lo que desarman un Fiat 600, los empleados del taller capturaron a Henry. Gabi lo sostuvo por sus espaldas, lo ahorcó con una llave inglesa hasta enmudecer sus palabras.

Enrique mantuvo la calma como si no hubiese sido la primera vez que se encontraba al filo de la llave. Comenzó un monólogo de disculpas. Abusó de su elocuencia y aires dictatoriales. Nadie debe dar órdenes en casa ajena. Gabi dejó de ahorcarlo por unos instantes para propinarle un certero golpe contra el lateral de su rodilla. Los gritos de dolor abrieron paso a la confusión que dio lugar para el desorden. Toni aprovechó un dejo de energía para demostrar otra faceta de su alterada vida. Sosteniendo firme el arma, posó el final del cañón sobre la frente de su jefe. No parecía ser la primera vez que sostenía un arma, ni que amenazaba a alguien.

Dezime, una vez que me dizparez, qué vaz a hacer?

Maldita mi espontaneidad fueguina que me permitía actuar al instante y de a un paso a la vez. So pena, pero en el fondo siempre supe cómo seguiría la película. Denme la mochila y me voy. No me interesa el resto ¿Qué hay dentro de eza mochila? De acá no se va nadie y vos qué mierda hacés acá? ¿qué pito tocas? ¿no tendrías que estar en el banco? Yo lo vi entrar al bar con la mochila negra, no me acuerdo que haya salido con ella.

Los aullidos amenazantes carentes de eficacia resonaron todos juntos y perdieron aún más el poco sentido que tenían. Un disparo contra el techo latoso del taller logró silenciar a todos los presentes de una vez. Se miraron coléricos unos a otros. Inmóviles.

Tres hombres se presentaron por la parte trasera del lugar, cada uno de ellos llevaba un arma con silenciador. Obligaban liberar a Henry. Una segunda cruza de insípidos insultos volvió a ensordecer el taller.

Toni juró no recordar nada de lo ocurrido la noche anterior. Uno de los aliados a su compañero de cuarto lo amenazó a terminar su vida, como la del viejo almacenero. Las bandas formaban un escaleno perfecto. Gabi presionaba la llave inglesa contra la blanda sien de Enrique quien yacía en el piso aún dolorido. Los tres secuaces del banquero apuntaban a los empleados del gordo dueño del recinto quien, a su vez, intentaba no ser aniquilado por el ensangrentado Toni.

Ezta ez la situación. Yo necezito un coche nuevo. Voz querez el dinero. Nadie quiere morir. No vale la pena. Todoz bajen laz armaz y hagamoz un trato juzto. Voz le devolvez la mochila a eze zalame, yo me olvido de lo del auto y todoz felizez. Qué te pareze?

Toni vuelve a jurar que no sabe de qué mochila hablan. Enrique, insatisfecho de propuestas y palabras, le pasa su celular a Gabi, este a su jefe. Un video de Leandro, más golpeado que antes.

Toni, acá ando soy Leandro.