Mi Vida Sin Ti

Mi vida sin ti.

De Efe Vogelius

            Creí que al dejarte solo, aunque sea por un tiempo, nos estaba ayudando a ambos. Te avisé. Una y mil veces. Una y mil veces te dije que debías valorar cada momento, que las oportunidades pasan una sola vez por la ventana de la vida. No supiste o no quisiste escuchar, pues pecas de ingrato y a veces no debes hacerlo. Soy más vieja, tal vez más sabia y mucho más eterna.

          Un día, sin previo aviso, salí a escondidas por la parte trasera de la casa. Puede que ni hayas notado mi ausencia, pero creí que de esa forma la despedida no sería tan dura, por lo menos para mí. Podrás decir que mi egoísmo superó nuestro amor pues la diferencia entre nosotros es que yo sabía que partiría y que volvería algún día en cualquier momento, y tú no. Dejándote solo puede que encuentres esa parte que falta de ti, eso que tanto me dices andas buscando siempre.

            Confusa mi esperanza al creer querer hacer el bien, confiaba en que al poco tiempo de mi partida hayas logrado encontrar alguien que tome mi lugar. Puede que haya sido por eso que me fui sin miedo. En algunos momentos, la oscuridad podrá hacerte sentir solo, pero si sabes mirar con atención te darás cuenta que siempre estarás acompañado de miles otras quien sabe qué casi como yo.

            No creas que no sufrí al dejarte, a mi también me ha dolido. No podía verte, siquiera hablarte, mucho menos podía escucharte; y aún estando del otro lado del mundo en lo único que pensaba era en cómo hacer para saber de vos. Pensaba “por favor que esté pensando en mi, pensando en qué pienso de lo que él piensa”. Mientras yo, sentado frente a un mar cantante o perdido admirando esta gran maravilla que nos unió en un principio, pensaba en ti, en qué piensas hoy de mí.

            Ya me cuesta pelear contra el tiempo. Quiero saber de ti, debo saber de ti. Necesito saber qué haces, qué has hecho este tiempo de soledad. ¿Soñaste conmigo en esa tarde de siesta? ¿Crees que aquella luz natural es aún más romántica que todas nuestras noches juntos a la luz de la vela? ¿Eres capaz de comparar el café durante la tarde con las botellas de los Cabernet Sauvignon que compartimos? Quiero saber si me extrañaste como yo te extraño a ti cada segundo que no estuve sentado allí a tu lado compartiendo el tiempo entre cigarrillos, vinos y palabras. Cigarrillos, vinos y palabras que dejaba caer la pluma luego de mojada en aquél tintero amarillo que descansa desde hace años en la esquina de tu escritorio.

            Antes que pueda extrañarte aún más, llegó el viento volando de brisa. Se detuvo delante de mí. Una vez que pude ver su rostro teñido de rojo, sin aire, casi muerto por el largo recorrido, supe que traía noticias tuyas. Cuando logró recuperar la respiración, le pedí que se calme y que me cuente las novedades. Tomó aire y no titubeó – minutos después de que lo dejaste solo, gritó tu nombre al ver que ya no estabas allí-. Pero yo te avisé, te lo dije una y mil veces. Aquél viento no supo decirme si tu grito era un llanto desconsolado o si era el eco que repetía en continuidad tan solo el primer pedido de auxilio. Ya pensaba yo en volver por ti. Decidí quedarme, lo hice por mí. Lo hice por nosotros, para saber si podríamos vivir el uno sin el otro, o el otro sin el uno… solos en nuestra soledad.

            Confieso que al no tener noticias tuyas más que aquél grito desesperado o un eco suicida, me estaba doliendo el alma. El brillo que tanto tenía el día en que te conocí se iba apagando, aquél que juré que era eterno perdía su fuerza en cada paso que daba para alejarme de ti. Para alejarme de ti. Ahora pienso que no sé si brillaba yo por estar contigo o si era tan solo mío por estar a tu lado. Sé que te gusta cuando descanso entera cerca de ti, poder verme a los ojos y saber que allí sigo despierta, y tú a mi lado. Sé que me gusta cuando me miras despierto, y más me gusta cuando lo haces soñando. Sé que estando lejos ya no soy yo, algo me falta, me siento vacía, me quedo sin brillo y tiemblo de miedo. Miedo de estar sola, miedo de dejarte a ti solo en la plena oscuridad.

             Dejé correr el tiempo intentando hacerme fuerte. Tal vez ya te hayas dado cuenta que es solo una cuestión de tiempo para que regrese. Espero que me esperes allí sentado en el mismo lugar en que te dejé junto a los cigarrillos, el vino tinto y aquél tintero amarillo, regalo de nuestro mejor amigo.

            Hay una realidad, qué lejos de ser una fantasía. Lejos de ser una fantasía los dos sabemos que yo soy la más débil, que puede que mis años me hagan pecar de creerme sabia, que hable mucho, puro parafraseo. También sabemos que si soy yo quien se va, siempre vuelvo. Es por eso que no debes tu preocuparte. Si te detienes un instante y piensas cuánto y cómo me conoces sabrías que antes de lo previsto iría yo a tu encuentro. Tan sólo debías estar atento y saber mirar como creí haberte enseñado antes.

                          Un día, cuando no pude resistir más el dolor de no verte, asomé un ojo para espiarte. Fui con mucho cuidado, no podías verme. No brillaba como cuando nos conocimos, puede que por eso no te hayas dado cuenta. Solo quería saber si estabas bien, si seguías buscándome, si habías logrado sobrevivir este poco tiempo sin mí. Que irónico, nunca creí que en realidad, la prueba más dura era saber si yo sobreviviría sin ti. Estábamos los dos casi solos pero yo me creía mucho más suficiente, más independiente. Pude verte así, bien desde lo lejos, en realidad no veía muy bien, nunca pude saber si eras tú o fue tan sólo mi deseo. Quise imaginar que sí, que eras tú, para poder darle tranquilidad a mi alma. Vi una sombra reflejada en la pared de aquella galería en donde te había dejado, quise creer que era tu sombra, sentada sosteniendo la cabeza a la espera de tú sabes qué. Logré escuchar una suave sonrisa y juro, lo recuerdo, era tan tuya. Ese sonido ya fue suficiente para creerte vivo, para imaginarte alegre y entero aún sin mi, y volver a esconderme para dejarte solo nuevamente con tus cigarrillos, tu vino tinto y la pluma que descansaba en el tintero amarillo. Te mandé en secreto miles de lágrimas que decían te quiero y algunos gritos de te extraño, pero por supuesto, eran de esos que se disfrazan bien para que sean difíciles de ver.

                        Volvió el viento corriendo a traerme más noticias, pero no quise escucharlo por más que traía prisa. Intenté hacerme fuerte y no quise prestar atención a nada que esté relacionado contigo. Una y otra vez lo mandé de vuelta por donde había venido. Hasta que un día noté en sus ojos algo extraño, algo distinto, no vino a decirme nada, solo estaba cerca mío, allí merodeando. Le pregunté si sabía algo sobre vos, necesitaba saber que era, ya no soportaba no escuchar más de ti. Me dijo que no sabía nada desde hacía ya un tiempo, y lo mandé de un pampero a visitarte. Esperé muy nervioso hasta su vuelta, no dejé que nadie me hable, sólo quería pensar en ti. Entre las nubes vi como venía el viento, abriéndose paso por el cielo. Trajo en moléculas las noticias que le había pedido, noticias no muy alentadoras para mí.

                             Un llamado de auxilio vestido de nube negra venía agarrándose de la cola del viento. La nube pidió disculpas por su demora, es que le costaba escuchar tu voz pues parecía ahogarse entre la garganta y la almohada, y por eso le fue difícil escucharte. No supo decirme si llorabas, no supo decirme si tan solo era un sueño, sólo que escuchó mi nombre en voz baja y que tú no estabas sentado en el lugar donde siempre te habían visto. No se trató tan sólo de malas noticias para mí, enloquecí al saber que pediste al cielo por mi nombre. Tú sabes, yo soy la más débil de los dos. La conciencia comenzó a picarme pensando si había hecho bien en dejarte. Había hecho bien en dejarte. Quise mandarte cien relámpagos de “te amo” y mil ráfagas de viento llenas de besos. Traté de calmar mis ansias escondiéndome en el fuego. Le pedí ayuda a  las estrellas que frenaron mi camino. Entendí. Nada yo debía hacer, nada yo podría hacer. Tenías que sufrir para comprender. Teníamos que sufrir solos. Juntos. Por mucho que me costó seguí mi rumbo, pues hacerme el sordo para no volver a escucharte también fue mi elección. Cerré los ojos y di media vuelta, mostré mi firmeza dejando ver solo mi espalda. Creí que me comprenderías después de todo, quise darte una tal vez enseñanza. Tienes que hacerte hombre en algún momento y no llorar por cada estrella que se va. Sé que piensas en mi por cada lucero, sabes que pienso en ti por cada sonrisa. Nunca vamos a poder olvidarnos, todo esto es tan solo para extrañarnos y aprender a valorarnos. Sé que ambos levantamos la copa mirando al cielo y bebemos al tiempo sin ninguna prisa.

                      En una pelea constante contra mí, una mitad quería volver a verte y la otra prefería esconderse. Traté de convencerlas que sean fuertes, que las dos equivocaban su paso. La idea era ser lo más cuidadoso posible, no hacer que las cosas sean más fáciles para nosotros pero si que entienda que siempre iba a poder contar conmigo. Fue imposible ponerlas de acuerdo y aquella atrevida mitad que quería verte, salió en puntas de pie mientras yo dormía. Llegué sigilosamente a la puerta donde morabas, disimulé al verte tendido sobre la mesa con un cigarrillo apagado, media copa de vino y la pluma descansando en tu mano. Mi brillo era un poco más fuerte, reflejaba unos rayos en la copa de vino que, sin querer, golpearon tu rostro pero giraste la cabeza para evitarlos. Me sentí devastada cuando me diste la espalda. No pude contener el dolor de verte así, mandé repetidas señales de fuego pero ninguna viste ya que mantenías la mirada hacia el suelo. Habías quedado ciego y hasta tal vez sordo, pues jugué un último esfuerzo con mi más fuerte trueno.

                             Cuando volvió aquella mitad atrevida, despertó a la otra mitad escondida de mi, aún dormida. Ya sabíamos lo ocurrido pues yo lo había visto todo, y la mitad que se quedó para no verte, pudo adivinarlo con el reflejo de la mitad saliente. Fui yo quien salió perdiendo en aquél encuentro, la paranoia del olvido se instaló en mi mente, y las fuerzas que había juntado para dejarte se transformaron en miedo al creer que ya de mi te habías olvidado. Ya no esperabas mi regreso sentado en la galería despierto fumando un cigarrillo, con la copa de vino llena y la pluma lista para ser sacada del tintero amarillo. Ya no mirabas al horizonte para verme llegar. Y yo, inseguro, creí que te habías olvidado de mí, que ya no querías volver a verme. Tragué mis lágrimas, sequé mis ojos con el viento, ahogué mis gritos con los silencios, y recé para que pronto vuelva a brillar como cuando lo hacía a tu lado. A tu lado. Es todo una cuestión de tiempo y espacio para volver a tu encuentro, y eso amigo, aunque no lo creas, es algo sobre lo que yo domino un poco.

          Después de aquella última media visita, pude seguir siendo. En momentos de las peores tristezas, las nubes me abrieron sus brazos y en ellas encontré un poco de alivio. Quebré una tarde. Quebré una tarde recordando nuestros paseos por la plaza, me puse una bufanda blanca para salir a buscarte, abrí la puerta esquivando charcos y corrí hacia tu casa. No pude pasar ni la línea donde pastan tus vacas que tuve que volver pues ya no podía soportar el frío. Ni la fuerza de tu cariño pudo disfrazar el invierno. Logré verte desde lo lejos, al menos por unos instantes, caminabas nervioso de un lado a otro dando cortas bocanadas al cigarrillo que sostenías en la mano. Habías dejado el vino ya vacío sobre la mesa, el viento en una de sus visitas había tirado la pluma y el tintero amarillo y no te molestaste en levantarlo. Todo parecía estar en pausa, todo menos tú, que acelerabas aquél cuadro. Miraste al cielo y gritaste mi nombre. Temí que me hubieses visto. Escuché que me estabas llamando. Pensé en juntar fuerzas y correr a abrazarte pero no pude mover mis piernas casi congeladas por el maldito invierno.

             Pensé, luego, que ya no faltaba tanto para volver a vernos, aunque eso tú no lo sabías. No debía aflojar mi mente. Ya no sé si tu sufres, si aún te acuerdas de mí. Puede que hayas encontrado otro abrazo más tierno, sé que no existe ninguno como el mío tan cálido, tan eterno. Puede que tal vez hayas caído de rodillas rendido a los pies del enemigo. Sufríamos los dos este tiempo perdido, pero lo encontraremos con alguna razón.

            Me vi reflejado en el espejo. Un brillo distinto llamó mi atención. Pensé que enloqueciste y viniste tú a mi encuentro, pero me di cuenta que aquél brillo lo traía el tiempo. Agradezco que no hayas venido a buscarme, ya que eso significaría que eres más débil  que yo, y eso no podía ser posible, ese puesto es mío. Se paciente, no desesperes. Descuelga la soga de aquella viga pues no podrás atraparme en ella, si eso es lo que pretendías. Espera. El tiempo me dará la razón. Lo sé por ser más vieja, más grande, eterna… lo sé porque nunca conocí a nadie como vos y nunca podré dejarte, y tú, amigo, lamento decirte que nunca podrás librarte de mí. Recuerda siempre, yo no muero, soy eterna.

            Un día volvió presuroso el viento de la mano de una nube y seguido por mil estrellas, me dijo que el momento había llegado, era la hora del reencuentro. Por supuesto que ya lo sabía, había estado tachando los soles todo este tiempo. Me vestí con las mejores ropas que hacían relucir más aún el brillo, que, a pura conciencia, sabía que al rato volvería a verte. Volé como nunca impulsado por el viento hasta aproximarme a tu humilde casa, entré en puntas de pie al cruzar la línea donde pastan tus vacas y me asomé lentamente por la parte trasera. Quería darte una sorpresa que nunca irías a olvidar. Desde el costado de la galería te ví allí en el mismo lugar en donde te había dejado, sentado en la mesa con un paquete de cigarrillos a tu lado, una copa llena de vino tinto, y la pluma remojada en el tintero amarillo. El tintero amarillo parecía en calma, como tu, mirando al cielo. Esperándome. De alguna forma sabías que esa noche volvería yo a buscarte. Llamé tu atención con un grito relámpago que se oyó hasta en mi casa allá a lo lejos. Volteaste para verme. Creo que sonreías, pues al verte mi brillo era cada vez más intenso y esa luz no me dejaba ver tu rostro. Corriste a mi lado y me diste tu abrazo eterno al ver que había vuelto, no debes temer soltarme pues he regresado y aquí me quedo. Lloramos juntos un diluvio sincero acompañado por cientos de relámpagos rebalsando de “te quieros” y mil ráfagas de viento llenos de caricias y besos. Nos iluminaban las estrellas contagiadas por mi mejor brillo que volvió al verte. Sin soltar mi mano, me llevaste a tu mesa. Te sentaste delante de mí, sacaste del bolsillo como por arte de magia una segunda copa que llevaba mi nombre, la llenaste de vino, y levantando tu copa y guiñándome un ojo brindaste por nuestra amistad y pediste por el tiempo perdido que, más aún que perdido, fue un tiempo aprendido.

                  Luego de una segunda copa, me rogaste que prometa no volver a irme. Te confesé entre lágrimas que eso era imposible, pero que en realidad yo nunca me había ido. Sabes que no podré estar a tu lado siempre, pues más eterno que yo es el tiempo. No necesitas tenerme contigo, y aún así, con un simple grito que el viento traerá consigo, yo te enviaré cientos de luceros para que nunca te olvides que siempre puede contar conmigo. Nos permitimos fotografiar en la memoria aquél momento de abrazos juntos para que no puedas olvidar mi rostro, para que puedas seguir tu camino y yo pueda seguir así el mío. No te preocupes, yo tampoco puedo vivir sin ti, eres el brillo de mi alma, eres la razón de mi existir. Recorreremos juntos cientos de noches a oscuras y las que no podamos estar, levantaremos las copas en ningún lugar y brindaremos solos, juntos siempre por esta amistad.

       Pedí por tu perdón repetidas veces, que no te enojes conmigo. Más sabio aún respondiste que si bien nunca está de más pedir disculpas, no era necesario en nuestra amistad. Que jamás podrías enojarte conmigo pues gracias a mi aún sigues vivo. Ya no perdamos el tiempo peleando, mi querido amigo, que todo esto ha sido para nuestro propio sentido, que aprendamos a aprovechar cada momento juntos ya que ninguno de los dos sabemos cuando nos puede llegar el llamado del tiempo.

     Déjame quedarme a tu lado, prometo no molestar y si así lo deseas, haré que el viento toque las mejores canciones y haga de orquesta el mar, que las nubes te abriguen si hace frío y la noche se ilumine con una estrella fugaz. Déjame quedarme a tu lado aquí mirando que mi brillo te va a iluminar. Bebe tu vino hasta que se acabe, fuma tus cigarrillos sin cesar, moja tu pluma en el tintero amarillo y piensa, y siente, y mira, y sonríe, y termina tú esta poesía…

FIN